‒No me lo quito
de la cabeza. Todos los días está ahí. Cuando no tengo en qué pensar, aparece.
‒Pero
es normal, piensa que apenas han pasado dos años.
‒Sí,
lo sé, pero pensaba que, igual con el paso del tiempo, los pensamientos iban
siendo menos frecuentes e intensos. Pero en esta época es cuando empezó todo y…
‒Y
se hace más presente –su amiga le terminó la frase.
‒Exacto.
No sé, tengo una sensación extraña, como si no lo estuviese haciendo del todo
bien. Me da la sensación de que podría pensar que me he olvidado de él –y,
haciendo una pausa, intentando no llorar, prosiguió–: ¿sabes?, no le he ido a
ver ningún día.
‒Venga
va, no te puedes sentir culpable por eso. Tú misma me estás diciendo que no
paras de pensar. Además, vives en otra ciudad. ¿Qué vas a decirle allí que no
puedas decirle ahora o mientras paseas o… en cualquier momento?
‒Sí,
supongo que tienes razón. La verdad es que esto mismo me lo repito cada día. Sé
que es una chorrada, un sentimiento absurdo.
‒Pero
lo tienes ahí, y te tienes que quitar esa sensación de culpabilidad. Mira,
cuando vengas a casa hacemos una escapada, te acompaño a que hables un rato con
él y le dejamos unas flores. ¿Hecho?
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